- ¡Mierda! Gritó incansablemente mientras saboreaba el resto de un helado desprovisto de cada plomo. -¡Mierda!, volvió a murmurar mientras la vista se le iba en un azulejo silvestre que asumía su condición se azulejo silvestre - ¡Mierda! ¿Quién soy? – inquirió con una voz más perfecta que de costumbre.
Falta algo – se comentó - ¿el qué? – soltó al aire - ¡Y una mierda! – le contestó. Pues sí, mierda, mierda y mierda, pero no una mierda cualquiera ¡No vale por ejemplo una simple mierda de perro! ¡Ni siquiera de cabra o de gato! Una mierda, pero mierda ¿qué mierda? La mierda humana ¿qué más mierda quieres que esa? Pues sí, la mierda humana simple y sencillamente, atormentada por su supuesta condición de ser algo más que el resto de lo mortal y lo inmortal, su afán de superioridad, es decir, su afán de mierda.
Casi nadie suspiró, pero él sí. - ¡Mierda! – Suspiró de nuevo, y la mierda se hizo carne, carne que nos dan de comer todos los días por la tele.