Cuando las camisas a cuadros
se partieron en tres trozos
cada uno de ellos representaba mi gozo.
El tiempo rompía cabezas atravesadas por cristales ciegos
animadas en su silencio recóndito
escondrijo granuja más tierno que el un millo de bimbocao
para la más tierna colección de sorpresas
magnificadas entre tanta misericordia
mía, magnésica, anestésica,
californiana o "hungariana"
en el gueto de cuello largo, cisnes vivos
y asnos muertos, cadáveres podridos
o, para ser pedante, en putrefacción consumada.
Enero de 2011