El cielo sostiene las paredes tras la cornisa
y el viento gris humedece los sueños tras el temor amarrado
de que las miradas de la ciénaga se vuelvan opacas
negándonos el placer de caer en la sempiterna duda,
luego acapararán avariciosamente todos los grilletes
para venderlos a un módico precio
(por encima de lo conveniente con la excusa de la doble insularidad)
a sus más fieles compradores,
a los iconoclastas con altares,
al más despitado de los transeuntes,
al snob que sigue sólo lo que está de moda,
al consumidor ocasional.
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