miércoles, mayo 31, 2006

Vértigo inverso

Contemplando la magestuosidad de la naturaleza, la dignidad de su lucha constante simbolizada en un pino canario que se alza hacia el cielo... miremos las cosas desde abajo, y veremos grandezas que nunca antes habíamos mirado, no las grandezas personales, sino otro tipo de grandezas.

Y mirando parriba, aunque a uno después le quede un dolor de cuello que ni te cuento, vienen a la mente algunas cosas.

Qué lejos está el arriba, el vacío que puede sentirse ante el espacio, la altura... y la soledad de sentirse pequeño, muy pequeño, pero que ese empequeñecimiento es a la vez necesario, para saber realmente lo que somos, para no sentirse uno ni henchido de orgullo, ni engrandecido. Los honores déjenselos pa los engreidos miserables que ostentan el poder político y económico, que ya luego les quitaremos su juguetito y los bajaremos de ahí, tumbando la silla pabajo y echándola a rodar por las escaleras si es necesario.

Pues sí, somos pequeños, pero a la vez grandes, y juntos, muchos pequeños unidos, podemos construir algo mayor. Pero desde cualquier sitio se nos inculcan ideas contrarias a esa unión, se nos habla constantemente de la competitividad, de la superación personal, como si el único objetivo fuera llegar a ser uno de esos engreidos miserables de los que jablé antes... (cuando a no ser que se nazca ya rico, es casi imposible llegar allí ) .

miércoles, mayo 24, 2006

Hoy

Hoy caí por las escaleras
y ayudé a un perro a cruzar la calle,
explicando por qué la nube es tan bella
mientras te envenenabas con el aire.
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Hoy pronostiqué de modo reservado
que la sombra de cuerpo no tiene salida,
que el sembrar trozos de mar
no germina ni nunca germina.
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Hoy canté a la luz de lo negro
marchando a los diez meses
de sonrerir al presidente de un cementerio
en la tumba de lombrices inertes.
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Hoy denuncié a un lobo que me mordió una pierna,
y el lobo se querelló disfrazado de caperucita,
mantuve largas conversaciones con un gato muerto,
y me enyugué al comer flores marchitas.
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Hoy masturbé a un corrector de acidez,
que agradecido me dio los buenos días,
sonreí mientras lo insultaba por lo bajo,
pero el me escuchó mientras dormía.
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Hoy danzé contra el viento en una playa,
y volé por entre senderos casi verdes
rompiendo piedras contra el estiercol
y arañando luciérnagas en el aire.
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Comprendo que todo lo que hoy aquí digo
se repetirá en un día cualquiera, una y otra vez,
en el monótono mundo de este planeta.
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