lunes, agosto 14, 2017

Mantequilla cósmica

Hacia el fugaz y frugal camino nos volvemos equidistantes de nosotros mismos
e iguales a un envalentonado aleteo que aclama clámides
disipa lenguas de calabaza
y mantiene su fortaleza a base de debilitarse con (contra de desde) ensañamiento.

Un disparo, luego silencio,
otro disparo,
disparaban almendras desde las almenas,
limpiaban los trastos en el callejón
y mordían a las serpientes a regañadientes
conscientes de que un regalo
rompería el maleficio circular.

Se colaban las palabras pronunciadas cien veces
desde un estrado de ciprés amarillo,
tintes de luciérnaga aterciopelada
en una fuente plomiza donde el acero se exilió
cambiando su composición química por un clavel ausente,
por la risa vuelta llanto,
y el cosmos entero vuelto almas en pena apenada,
diligencias dulcificadas
y gritando en los dos inmateriales oídos al unísono.

Caemos, nos levantamos, saltamos y nos hundimos,
arenas movedizas sobre el azulejo del piso,
"¡del suelo no pasa!" se solía decir,
pero seguimos vueltos hacia abajo incluso cuando volamos
rumbo al planeta del monasterio gutural
carcomido hasta sus más crueles cimientos,
sin valorar que la simiente puede volver
y mineralizar cada folleto turístico de la Laguna Estigia.

Saboreo la mantequilla cósmica,
tras mecer la leche de la vía láctea
a sabiendas de que no la vas a probar
por no atreverte a simplificar los espejos,
por pillarme en mi propia caricatura,
revelarme mis mentiras,
pues tampoco yo probé nunca
esa mantequilla,
esa mantequilla en la quilla
de un barco,
ya ves, qué fácil, qué impostura de poema
soltado cual arrojaduras,
emborcado en el balde del cochino con fregaduras,
mitos, prejuicios, miedos, dudas, verdades y certezas,
deseos de justicia y cerezas.

Esto es una mierda, pero por más miedo que pereza no me atrevo a cambiar.

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